Avispémosnos. Si hay un Encuentro Nacional de Mujeres, si las mujeres argentinas y de otros países de latinoamérica se reunen hace 31 años para discutir y debatir acerca de un montón de temas desde la perspectiva de género, es porque hemos sufrido años de invisibilización. Solo hace falta estudiar un poco de historia. Este año se propusieron al menos sesenta talleres diferentes, la mayoría se desdoblaron en por lo menos cinco comisiones. Mujeres y política, Mujeres y religión, Mujeres y trata de personas, etc. 
Pero ¿qué se conoció del Encuentro? Sólo se habló de que hubo represión en la marcha cuando pasamos por la Iglesia. Todo porque las que llamamos 'anarquistas', que sinceramente no sé si son anarquistas, fueron a bardear a unos que estaban rezando. Eran unos, eran hombres, era una pura provocación. Ellos estaban rezando por nosotras, atrás suyo estaban las vallas y atrás de las vallas los policias, que nos esperaban ansiosos. La Iglesia es la primera en reproducir el patriarcado; la mujer es casta o es madre. La Iglesia, que fue protegida por la policia de nosotras, de las violentas anarquistas y demases feministas, o 'feminazis' como les gusta decir, es una de las principales instituciones que reproduce los valores patriarcales. Dios es garantía de las políticas represivas del Estado, del control sobre el cuerpo femenino, desde cómo nos tenemos que ver hasta el control de natalidad y eso se tiene que acabar. El patriarcado, este sistema de opresión hacia las mujeres, germen del sistema capitalista donde la relación de opresión es moneda corriente, se tiene que acabar.

Antes de llegar a la Iglesia pasamos marchando y cantando por algunas dependencias estatales pero en ninguna había policias con escudo, balas de goma y gas lacrimógeno. A cada mujer que veíamos que no estaba marchando con nosotras y que nos miraba desde algún balcón o un vereda, le gritábamos: "mujer, escucha: ¡únete a la lucha!". Coqui ya me había contado que eso pasaba en la marcha del Encuentro de Mujeres, pero vivirlo es realmente emocionante.

Dijimos que las anarquistas fueron las que empezaron a bardear, esa es la explicación común pero no sé si es cierta. Creo que si hubiésemos llegado con la columna con la que marchábamos, nosotras los habríamos escupido también. ¿Qué tenían que hacer esos tipos ahí? Pero no llegamos, la marcha era de cuarenta cuadras de largo y nosotras, que íbamos a veces marchando y otras veces frenándonos para apreciar el fenómeno y tomar birra, estábamos constántemente metidas en columnas que intentaban llegar a la plaza pero que terminaban corriendo. Corrimos tres veces. La gente estaba asustada porque se escuchaban estruendos y había humo. Corrimos con miedo, la última vez fuimos dos cuadras Lucía y yo de la mano porque teníamos miedo de perdernos, encima Lucía iba con la guitarra a cuestas. Julieta perdió su saco en el impulso de salir corriendo. Eso fue en la primer corrida me parece, en la segunda se cayó y después nos sugirió que nos metamos en un café o que nos vayamos del lugar. No nos fuimos. Nos volvimos a acercar pero tuvimos que volver a correr, porque esta vez los gases avanzaban, o nosotras avanzábamos no sé, pero todo se volvió cada vez más peligroso y ya no volvimos a intentar llegar con alguna columna a la plaza que está en frente a la Iglesia y ver qué pasaba. Lara y yo queríamos ir a ver, más Lara que yo. Abril se había lastimado el ojo con el envase de la birra en una de las corridas. Después nos dijeron que hicimos todo lo que no teníamos que hacer en una marcha: tomar birra y meternos en cualquier lado. Pero nosotras estábamos de fiesta. Habían terminado los talleres, teníamos conclusiones hermosas por compartir, no podíamos más de emoción. Adiash, adiash emoción: volvimos a la vida real cuando pasamos por ese lugar.
Después de la marcha fuimos a la peña del Encuentro, pero no nos quedamos mucho tiempo, estábamos agotadas. Julieta y Abril agarraron la guitarra y se fueron en taxi a la escuela donde estábamos parando. Lara, Lucía y yo nos volvimos caminando, eran quince cuadras, no nos parecía demasiado. Pero era sábado a la noche, se sentía en el aire la tensión de una marcha con muchos incidentes y era obvio que esas tres chicas que caminaban por las calles de Rosario con pañuelos verdes venían del Encuentro de Mujeres. Cruzamos a tres tipos que nos miraron con caras raras, entre enojados y verdes. Los pasamos, nos miramos entre nosotras y comentamos la sensación de escozor que nos habían producido. Después pasamos por la puerta de un boliche, estaba lleno de gente. Cuando llegamos a la esquina pasó por al lado nuestro una camioneta doble cabina blanca, salieron por las ventanillas cuatro chicos, no sé si fueron más pero no creo que hayan sido menos, uno de ellos gritó:
"¡Hay que matarlas a todas!".



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