Le dije que no tenía nada que hacer ahí con él. Que más vale escribirlo como ahora y ahorrarme la trasparencia para la literatura barata y mal escrita esta. Que no pretendía una comprensión de los hechos y virtudes, y que nada es tan así, que todo es una pura y puta exageración. Pero que sus besos sí me habían gustado y que posiblemente quisiera besarlo de nuevo. Decía que tengo momentos de suma felicidad. Como si se llenara algo. Vaso. Tanque. Entonces creo que soy feliz, que qué bueno leer Camus, que qué maravillosos amigos que tengo, que qué bella que es la vida, que qué bien todo. Y bajo. Dosmilvoltios. Bajo a la soledad absoluta. Al desierto oscurito este. Nocturno y oscurito. Opacado por eventos y sucesos geniales de día y birra. Y bajo. Me siento agujero en el pecho y saliva en mis labios. Bajo. Con las manos pesadas y la espalda colgante. Bajo tresmilvoltios. Quinientos. Dos y tres más. Bajo. Vuelvo a la realidad y me vuelvo a bajar.

1 comentario:

Daniel dijo...

Nadie puede estar siempre arriba, nadie debería estar siempre abajo...