Un poco el desafío personal es volver a las cosas buenas que me hacían ser quién era, sin todo el armatoste éste que está alrededor. Me fui de un extremo al otro, no entendí la máxima de Aristóteles. Pasé de ser una persona súper snob, literata, intelectualoide medio pelo; a una total y completa comuncita. Quise vivir la vida de los comuncitos más me terminé aburriendo. Fui en busca de eso que nos hace humanos, como si existiese tal cosa. Me pregunté a mi misma qué era lo que me diferenciaba de cualquier otro trabajador, de dónde sacaba yo esta idea tan soberbia de que merezco algo más que ser simplemente una laburante. De mi clase social, me respondieron los demás. En un país con las clases sociales al borde de la desaparición, sobre todo la clase media, yo intentaba entender de dónde me agarraba para creer que merecía dedicarme al arte cuando otros tienen que servir café. Entonces fui a servir café. Un poco todo parecía ser esa búsqueda de experiencias del las que hablaba mi maestro de pintura. Un día de crisis, uno de esos donde mi ansiedad hablaba por mí, le pregunté cuándo iba a terminar de estudiar, cuándo iba a entenderrrr el arte, cuándo iba a terminar de entender esto que es el mundo, y me dijo dos cosas, quizás esto lo dijo en alguna otra conversación y mi mente hizo un mashup con toda esa información o quizás si lo dijo ahí no más, en el mismo momento, pero en fin; primero, me dijo, son al menos dos años de estudio del lenguaje y después tenés toda la vida para practicarlo. Segundo, dijo después, podés tener todo el conocimiento del lenguaje que quieras pero tenés que salir a vivir aventuras, a tener experiencias. 

Me lo tomé muy a pecho, ni bien tuve la oportunidad fui a vivir la vida, viajé con mi hermana, viajé sola, recopilé anécdotas que aún tengo que escribir, conocí gente que espero algún día volver a ver. Pasé del extremo de estar en mi casa encerrada dibujando, tocando el piano, leyendo libros de filosofía y escuchando discos de jazz (literal la persona más snob del mundo) para pasar a vivir en una carpa, aprender a armar una mochila de viaje, laburar de cualquier cosa y sobre todas las cosas pasé a tener la mente propia del viajero que está siempre esperando una situación nueva. Y esperaba esas situaciones no con pena ni con temor, sino con alegría y expectativa. Pero me pasé tres pueblos.

Yo, que vengo de la sencillez de ir caminando a la escuela y de ir en bicicleta al club, salí a ver el mundo y me perdí en él. Se perdió mi yo, dejé de ser Paulita la que dibuja para ser simplemente Paula de Argentina o Pola, según quien me nombrara. Empecé a leer sobre el síndrome de Ulises y toda esta idea rara, un poco rancia, de patologizar los sentimientos y emociones que vive un migrante. Yo no tenía un síndrome, tenía angustia y era una angustia bien sencilla y concreta; me dolía ver que mi propia personalidad era lo que se había desfigurado. Si en algún momento antes del viaje supe tener un mapa mental de quién era y qué quería hacer de mi vida (Paulita, la que pinta, la que escribe, la que canta) a partir del viaje, pero sobre todo a partir de explicar una y otra vez quién era a toda clase de extraños, fui perdiendome en ese relato. Dejé de a poco de presentarme como dibujante, total quién iba a entender, dejé de contar que estudiaba filosofía, total quién iba a entender. Dejé de escuchar los discos que me gustan para escuchar lo que está de moda, porque no quería quedarme afuera. Fue, ahora que lo pienso, una especie de adolescencia tardía. Intentaba, sobre todas las cosas, encajar en un mundo donde los artistas sudacas es obvio que no vamos a encajar. Nadie quiere escuchar lo que un sudaca intelectualoide tiene para decir. O eso me decía a mi misma, me convencí de que nadie iba a querer leerme o escucharme. Yo creo que antes nunca me preocupó eso, nunca antes me preocupó si la gente quería leerme, yo solamente quería escribir. 

El objetivo ahora es seguir escribiendo no matter what, haya gente que lea o no. Contar mi historia y mi punto de vista porque yo necesito sacarmelo de encima y no porque los demás necesiten saber de él. El temor más grande en este momento es volver a perderme en la percepción que los demás tienen de mi.


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