Lo que me molesta es el tiempo, pero no la hora. Lo que me molesta es el tiempo perdido o mirando de reojo, de costado. Pispeando que alguien se acerque, que te diga la hora, que te muestre el reloj en su muñeca.
Lo que me molesta además son los ojos idos, siempre idos, pero no la mirada perdida, no hablo de eso. Me molesta la postura, esta espalda, esta manera derecha de esperar para nada.
Esta manera mentirosa de mirar una lista que no significa nada y que cambia como cambia el segundero en el reloj en su muñeca en su cuerpo que no es su cuerpo sino que es el que yo invento. No te inventé, todavía no. Esperame un cachito más y te invento todo, desde tus uñas mal comidas hasta tu pelo. Que en esto de andar inventando a las gentes me he vuelto especialista, y si por un segundo bajé la postura y encorvé la espalda, enseguida me volvió el imperativo de la rectitud con la que me he propuesto caminar por estos días.
Me voy a sentar entonces, con esta postura cansadora y ajena. Tengo que buscar en un cajón, el segundo, donde guardo las chucherías, con qué hilos habrá que coser otro pulóver que me ate a la silla.
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